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    Fanatismo: Cuando pertenecer es renunciar

    • Foto del escritor: Raquel Montes
      Raquel Montes
    • 3 sept
    • 2 Min. de lectura

    «Para llegar a ser parte de una totalidad compacta, el individuo tiene que renunciar a muchas cosas. Tiene que renunciar a la intimidad, a las opiniones personales y, con frecuencia, a las posesiones individuales». Este fragmento pertenece al libro El verdadero creyente, de Eric Hoffer, uno de los mejores ensayos sobre los movimientos de masa que he leído. En él, Hoffer analiza el fenómeno del fanatismo político en lo que tiene de casi religioso, y lo hace tan bien, que me gustaría poder detenerme en cada uno de los párrafos del texto, porque cada uno arroja luz sobre este fenómeno que creíamos (erróneamente) había quedado relegado al sombrío siglo XX. Leerlo ahora se hace a fuerza de pequeños sobresaltos, por lo que tiene de clave de interpretación de la realidad actual. Y, sí, puede que el fanatismo siempre haya existido, pero lo que está claro es que en estos momentos está de regreso.


    Volviendo al fragmento, al leerlo me hizo pensar en un estudio científico sobre el papel de la presión grupal y la conformidad en el fenómeno de la propagación de las noticias falsas. La investigación mostró que los individuos que no participan sufren costes sociales (decreciente interacción social) y que evitarlos sería el principal estímulo por el que compartir noticias falsas. Esto no solo es importante para buscar soluciones efectivas a este problema, sino también por lo que nos enseña sobre las dinámicas grupales que resuenan en las frases de Hoffer: el coste de pertenecer es renunciar.


    He traído esto aquí porque, muy a menudo, cuando se habla del fenómeno de las sectas, las personas se sienten protegidas, pensando que ellas nunca “caerían” en algo así. Sin duda, lo verían con sus ojos y su razón les advertiría de que algo no va bien. No quiero abusar del estudio, pero es interesante notar que, al hilo de sus resultados, nuestra razón, nuestra lógica no entra en juego en determinados actos que nos sitúan frente a un grupo: sabemos que las noticias que compartimos son falsas, o somos capaces de intuirlo por lo que tienen de extremas, pero su verdad o falsedad no entra en juego, sino la necesidad de mantenernos relacionados con otros. Somos seres sociales y quedarnos fuera del grupo representa un peligro. Algo que, sin embargo, saben muy bien todos aquellos que quieren manipularnos, que quieren abusar de esta vulnerabilidad que implica ser humano.


    Por eso, pienso que, junto al esfuerzo por enseñar a los chavales (y a la sociedad en su conjunto) las técnicas para distinguir una noticia falsa, deberíamos hacer más hincapié en que entiendan cómo funcionamos los seres humanos, cuáles son nuestras necesidades y debilidades. Cada vez que hagamos esto, no solo estaremos protegiéndolos contra los abusos del día a día en las relaciones interpersonales, sino contra los grandes, esos que pueden llevarnos a todos de cabeza contra el muro, sobre los tan lúcidamente nos ilustró Hoffer.

     

    Dos maniquís de madera tocándose la mano

     
     
     

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