Construir el nido
- Raquel Montes
- 26 jun
- 2 Min. de lectura
Hace un tiempo escuchaba una entrevista a una escritora que decía que, al escribir un libro, los autores preparan el “nido” con una serie de lecturas que son como ese entramado cálido que acoge su proyecto. Por desgracia no recuero el nombre de la escritora, pero sí que me pareció una metáfora muy acertada. Las historias, como cualquier proceso artístico, no surgen de la nada, se encuentran insertas en una red de referencias. A veces más conscientes, a veces menos. Porque ocurre que también hay un proceso inconsciente que va haciendo su camino sin que tú los sepas. Y que un día tú descubres con sorpresa.
Entre mis referencias conscientes, uno de los autores que más me ha servido de guía para escribir La vida de Lea ha sido Herman Hesse. Lo descubrí siendo adolescente, cuando El lobo estepario me deslumbró, como suelen hacer en aquellos años los libros que, pensamos, hablan de nosotros, que están escritos para nosotros. Después fue Demian y después fueron los cuentos. A él he vuelto ya de adulta y, aunque ahora quizás me fije en otras cosas, uno de sus rasgos más particulares es la sensibilidad y el respeto con el que Hesse trata esa época de la adolescencia. No recurre a la burla, y los temas que podrían resultar en otros fácilmente estereotipados son tomados en serio, pero también manejados con ternura, con cuidado. Con el cuidado, pienso ahora, con el que alguien toma entre sus manos algo extremadamente bello y fugaz como lo es la juventud. El periodo de la maravilla.
Con esas premisas, fueron cobrando vida Lea y también David, esperando que ellos también se sintieran a gusto en ese espacio reconfortante del nido.

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